Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso nos habla del amor, la esperanza o el codiano quehacer de un peculiar sexagenario convirtiéndonos en cómplices privilegiados del sorprendente desenlace de su historia.
Eugenio, un recién jubilado, encuentra en una revista un anuncio de una señora que busca amistad por correspondencia, y decide escribirle. En una sucesión de cartas que comienzan con un tono cortés y amable y acaban convirtiéndose en una verdadera declaración de amor, Eugenio abrirá su corazón y le irá narrando toda su vida a Rocío, su misteriosa dama sevillana. A través de esas cartas, Eugenio nos relata su propia vida desde pequeño: su infancia en su pueblo junto a sus dos hermanas (su amor por el campo le viene desde esa época), su entrada a trabajar en un periódico que ya no abandonará hasta su jubilación, sus manías, sus raras enfermedades, su pasión por su hermana Rafaela... Aunque las cartas de ella no aparecen, percibimos que Rocío no se está enamorando, al contrario que él, que cada vez se muestra más cariñoso y apasionado en su correspondencia.El retrato de sí mismo que nos brinda Eugenio está lleno de originalidad y frescura, con esos achaques tan raros –como el de tener que ponerse la mano sobre el estómago para hacer bien la digestión- y esas manías algo extravagantes. El lenguaje de Delibes, como siempre, es una delicia.
Desde un planteamiento original y con una fórmula acertada, el autor consigue tomarnos de la mano para asistir como espectadores a la vida de Eugenio y a su creciente enamoramiento de Rocío, la misteriosa sevillana. Ella, sin aparecer directamente en el libro, nos acaba resultando antipática y fría, pues ante un hombre sincero desde el principio y tiernamente enamorado, nos encontramos a una mujer que miente y que tiene una actitud cobarde y cínica. Llega un momento en que parece que estemos inclinados sobre Eugenio, observándole mientras escribe, sonriendo y leyendo tras su hombro, tal es la cercanía que consigue Delibes a su protagonista. Un librito lleno de ternura que nos demuestra que el amor no tiene edad, y que nunca es tarde para enamorarse como un adolescente, aunque ese amor (¡como suele ocurrir tan a menudo!) no sea correspondido.
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